sábado, 12 de diciembre de 2009

Añoranza

Dejó atrás cuanto fue lo más suyo,
lo único suyo: su clima, su paisaje, su forma de enfrentarse con la vida y la muerte. Se separó de su tierra con el dolor con que separa la uña de la carne.

La añoranza de la tierra amada tiene, en otros lugares, nombres rumorosos y entristecidos: magua y morriña por ejemplo. En andaluz no tiene nombre: es demasiado grande para dárselo.

Porque quizá sean los andaluces los que más se desmorecen cuando extrañan su congénito patrimonio: el aire perfumado, la tibieza de las tardes, la brisa azul de las mañanas, la soleada y ocurrente conversación con los vecinos cuando la luz se va, en las puertas de las casas, sentados en sillas de anea sobre las aceras, o al pie del mostrador de una taberna umbría.


Antonio Gala
en Las afueras de Dios